En los países avanzados comemos más de lo necesario. Hacemos 5 comidas al día: desayuno, aperitivo, comida, merienda y cena. Es tan malo pasar hambre como comer en exceso, porque producimos inflamaciones al estómago y surgen enfermedades tales como la acidez, cansancio, pesadez y podemos llegar incluso a vivir menos.
Me parece especialmente preocupante el hecho de que los sanitarios no advierten con suficiente insistencia de que consumir ultraprocesados y tomar comida rápida asiduamente incrementa el riesgo de desarrollar un cáncer a largo plazo (Kliemann, Rauber, Levy, Viallon, Vamos, 2023).
Toda la publicidad que vemos trata sobre alimentos, colonias, bancos o bebidas poco saludables. Dejar de ver la televisión y algunas redes sociales nos vendría bien para no caer en la tentación de comprar comida con potenciadores de sabor. Adicionalmente, sería conveniente reducir la cantidad de azúcar, productos lácteos y gluten que tomamos. Si lo conseguimos, nos sentiremos más relajados y centrados.
Trabajamos hasta desfallecer de cansancio y luego intentamos recuperar energía consumiendo alimentos procesados. Es una incongruencia. Cuanto peor alimentemos el cuerpo, menos energía y más estrés tendremos. Hay que buscar la calidad, no la cantidad: productos orgánicos y naturales. Luego, cuando tenemos un problema de estómago, nos quejamos y vamos al médico, el cual se dedica a darnos una pastilla para paliar el síntoma, pero no se preocupa por conocer nuestra dieta y sugerirnos qué deberíamos cambiar de ella.
Solo nosotros podemos saber, en realidad, qué alimentos nos sientan bien y cuáles no. Es a nosotros a quien nuestro cuerpo nos habla, no al médico, aunque este puede aportarnos una guía. Lo ideal sería tomar proteínas en el desayuno, carne, pasta o verduras al mediodía y pescado en la noche. Siempre con moderación.
Es tan importante lo que ingerimos como la forma en la que lo hacemos. Hay que comer con paciencia, saboreando los alimentos, disfrutándolos, y asumir que después, durante la digestión, nuestro ritmo bajará porque la sangre se concentra en el estómago. El pescado es vital porque ahora con lo que más trabajamos es con la mente, y el cerebro es el órgano que más energía gasta.
Hoy en día el trigo y otros cereales están modificados genéticamente y eso nos produce malestar al ingerirlos. Los científicos han descubierto que casi el 100% del trigo que consume el planeta y estructuralmente distinto al que se obtenía de manera natural (Davis, 2019). El doctor William Davis advierte que esto se ha hecho sin que se haya invertido esfuerzos en hacer pruebas sobre la seguridad del trigo modificado.
Los productores de alimentos y fármacos quieren que comamos grandes cantidades de cereales porque son muy baratos de producir, y por eso nos hacen creer que el pan es un alimento saludable. No obstante, tomar cereales en demasía produce obesidad, sensación de cansancio, debilidad, diabetes, depresión, demencia, trastornos psiquiátricos y enfermedades coronarias, lo que nos lleva a consumir más medicinas. Los productores de alimento y farmacéuticas se enriquecen a base de mantenernos enfermos. Reducir la ingesta de trigo reduciría nuestro peso, alergias y reacciones del sistema inmunológico.
La observación de mi entorno me ha llevado a pensar que los jóvenes de hoy en día prefieren gastar dinero en franquicias de comida rápida antes que asistir a un buen restaurante a tomar comida de calidad y sana. Las familias se gastan más dinero en tecnología (televisión, móvil, un coche bueno y bonito) antes que en el cuidado de su salud física, mental y emocional. Parece ser que tenemos dinero para todas las plataformas de streaming y nuevos videojuegos, pero no para comida de calidad.
Bibliografía:
Davis, W. (2019). Wheat Belly (Revised and Expanded Edition): Lose the Wheat, Lose the Weight, and Find Your Path Back to Health. Rodale Books.
Kliemann, N., Rauber, F., Levy, R. B., Viallon, V., Vamos, E. P., Cordova, R., … & Huybrechts, I. (2023). Food processing and cancer risk in Europe: results from the prospective EPIC cohort study. The Lancet Planetary Health, 7(3), e219-e232.
Numerosos estudios han vinculado el gluten y la enfermedad celíaca a la depresión y a otros problemas de salud. Un estudio de 2006 realizado en la Clínica Mayo descubrió un vínculo entre enfermedad celíaca y la demencia y otras formas de deterioro cognitivo. FUENTE: Archives of Neurology, Josephs, KA et al., octubre de 2006.
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