Somos niños en cuerpos de adultos: queremos todo para ya, queremos que los demás satisfagan nuestras necesidades, queremos que nos valoren y nos den las gracias por todo lo que hacemos, queremos que los demás se comporten como nosotros queremos, queremos estar entretenidos y sentir placer todo el tiempo, queremos dejar huella en el mundo de cualquier manera, queremos que nos den mucho dinero sin poner esfuerzo (ganar la lotería)…

Al tomar una decisión optamos por el efecto que generan. Este efecto no podemos elegirlo, ni tampoco predecirlo. Tenemos que empezar a asumir las consecuencias de nuestras acciones. Si decidimos actuar como niños, el efecto que generamos es que los políticos y las grandes corporaciones nos van a tratar como tales. El dominio personal y la autorresponsabilidad son elementos fundamentales para ser libres y maduros, y han desaparecido. Nos dicen que debemos dejarnos llevar por nuestros instintos y tener sexo a todas horas, beber hasta desmayarnos y no ser disciplinados porque eso es sinónimo de esclavitud.

Madurez es calibrar nuestro comportamiento para adaptarnos a las circunstancias. Significa aprender a trascender nuestros instintos y gestionar nuestra propia naturaleza. Consiste en tomar las responsabilidades de las acciones y admitir y remediar los errores. Y no solo eso, sino también aprender de ellos, porque el mayor error no es cometerlo, sino caer en él continuamente. Las personas maduras se disculpan sinceramente y son conscientes de que su opinión y entendimiento evolucionan, se renuevan, crecen y cambian: no dicen lo mismo hoy que dentro de unos años, y está bien que así sea. Saben que a veces defendemos mentiras sin saberlo y que de vez en cuando descubrimos que nos hemos estado engañando a nosotros mismos.

Saben que sufrimos por tonterías. Saben que toda aflicción acaba por irse. Saben que nunca nada vuelve a ser igual, por lo que tratar de revivir una vivencia pasada es irracional. Saben que mantener nuestra palabra y compromisos es de suma importancia para ser una persona íntegra. Saben que las expectativas es lo que nos hace daño, y por eso se desapegan de los resultados. Saben que antes de hablar primero se debe escuchar activamente. Saben que deben dejarse influir para después poder influir: no tienen miedo a romper su sistema de creencias. No dependen del espejo social, ni se dejan programar por las opiniones de los demás.

En ocasiones los niños son más adultos que los propios adultos. Les dedican tiempo a cuidar sus muñecos y para ellos se convierten en algo importante. Cuando se les quita, lloran. ¿Es que tal vez los adultos no somos capaces de dedicarle tiempo a una actividad o persona porque tenemos miedo de que la vida nos lo quite? En la vida hay que reír cuando tenemos al muñeco y llorar cuando nos lo quitan, porque de lo contrario seríamos robots sin emociones ni sentimientos. Hay que empezar a recordarlo. Hay que empezar a asumir que el dolor y la pérdida es parte de nuestra existencia y que no hay que evitarlo, sino abrazarlo y usarlo como lo que es: una herramienta para evolucionar. 

Los niños son capaces de recomponerse mucho antes que los adultos de las dificultades porque no tienen pasado. Aprendamos de ellos y olvidémonos de nuestro pasado. Lo que cuenta es el ahora, el presente, que se llama así porque es un regalo.

Algún día nos vamos a morir. Recordarlos todos los días nos ayudará a vencer la vergüenza y el miedo a convertirnos en adultos. Ser maduro no es triste, aburrido y desalentador: es liberador, pues empezamos a hacer las cosas con conciencia, sabiendo que algún día desapareceremos, y empezamos a ver el valor de nuestras acciones y la capacidad tan alta que tenemos de influir sobre la realidad. Sin la muerte, nada de lo que hacemos tendría sentido. Absolutamente nada. Es el hecho de que somos finitos lo que nos impulsa a la acción y evita que seamos personas pasivas.